Querido lector, ¿cómo te va?
Hace un par de semanas, tuve la gran oportunidad de estar en París, metrópolis que desborda y derrocha riqueza cultural, arte, arquitectura, historia y filosofía. ¿Qué es lo primero en que piensas al escuchar sobre esta ciudad?
Te escribiré sobre este maravilloso viaje en dos entradas: la primera (esta) será un análisis, más bien una serie de disertaciones, impresiones generales sobre lo que vi, y lo que pensé antes, durante y después del viaje, sin meterme mucho a las particularidades de este; sobre eso te contaré en una segunda entrada.
Bien decía Octavio Paz que en nuestra cultura occidental, la historia universal es Europa, y los sucesos en nuestros lares son sólo notas al pie. Años y años de estudio nos ayudarían apenas a rascar la superficie de la amplitud y profundidad de lo que era, y es Europa. Con eso en mente, podemos asumir que todo lo que leerás, querido lector, serán burdas generalizaciones y sobresimplificaciones, con la intención, como siempre, de que tomes esto como lo que es, una óptica más dentro de un sinfín de perspectivas.
Dicho eso, quiero empezar con una reflexión personal, que me surgió antes del viaje, y que confirmé y sigo entreteniendo. Tal vez esté equivocado, pero propongo la tesis de que acá, para los latinoamericanos (al menos en un plano semiótico), Francia, y París en particular, son Europa.
Y no es porque mucha gente (¿la mayoría?) cuando visita por primera vez Europa, lo hagce a París, (y se toma fotos sosteniendo la pirámide de Louvre) aunque este hecho tampoco daña mi hipótesis. Según lo que pienso, París es Europa porque van necesariamente juntos en la mente: París es la insignia Europea; contiene y representa sus máximas virtudes. No es la única, claro, pero ¿cuál es la primera que se te ocurre?
Me regresaré un paso para dar un poco más de contexto: pienso que la razón del florecimiento Europeo, y razón de que sean la cuna de la civilización occidental, se da en buena medida a la geografía de este continente, que propició la confluencia de muy diversas culturas, encerradas en este conjunto de mesetas e islas, que, a pesar de su amplia extensión, se volvieron pequeñas para la cantidad de pueblos y cosmovisiones que fueron surgiendo. Numerosos grupos se asentaron en sus valles, y la cercanía de unos con otros decantó la formación de imperios, comercio, guerras, conquistas, la permanente disputa del poder: expansiones y expediciones que eventualmente llegaron a América y nos colonizaron.
Entonces, ¿qué es Europa para el latinoamericano? ¿tú qué opinas? Para mí, es esta tierra lejana, histórica, de donde de cierto modo somos originarios, o más bien herederos: nos conforma, sí, pero no la conocemos realmente. Somos algo nuevo, diferente a nuestro padre europeo; somos el cruce (o imposición) de lo europeo sobre lo nativo americano. Esto es algo importante, pues con una herencia de quinientos años, el latinoamericano es irremediablemente medio europeo, pero no lo sabe, ni hasta qué punto. Mucho menos sus implicaciones.
En nuestra mente Europa es esta mezcla de sociedades que más o menos conocemos y entendemos. Yo lo separaría en dos: la “Europa próxima” (España, Portugal, Italia) con quienes mal que bien compartimos una lengua y el catolicismo -que no son poca cosa- , y por otro lado, otra “Europa exótica”, una que conocemos menos y estamos menos vinculados: la Europa del norte, la central y la oriental, que si bien son muy diferentes entre ellas, esos contrastes se desdibujan desde la lejanía. Entiéndase en esta, pero en ningún caso limitado a Alemania, Polonia, los Balcanes, Rusia, los países nórdicos. El Reino Unido es un caso especial, pues los vemos, como una especie de “gingos” un poco más refinados (un claro estereotipo) que toman té.
En el centro de estos dos polos es donde según mi teoría tiene cabida la nación Gala en nuestro imaginario. Sus formas nos son más o menos similares: no son tan parecidos a los españoles ni tan exóticos como los estonios. Nuestros idiomas tienen ciertos parecidos, sí, pero al latinoamericano promedio no le será más fácil entender un francés coloquial que el ucraniano. París es partida por un gran río, como las majestuosas Praga, Viena y Budapest, pero el parisino no deja de ir a misa cada domingo (la inmigración está cambiando mucho esto, es verdad). Así, París es una especie de justo medio entre las familiares Madrid, Barcelona y Roma y las lejanas Berlín, Varsovia y Helsinki.
Dicho esto, regreso al punto autoevidente de que París, es, con todas las de la ley, una ciudad que encarna las más altas virtudes estéticas, históricas y culturales de lo que consideramos “Europeo”. Su legado arquitectónico, desde la quemada Notre Dame hasta el majestuoso Hôtel des Invalides, y sede de sucesos históricos como la Revolución Francesa y La Ilustración la han convertido en un innegable epicentro del pensamiento occidental, y en muchos casos auténtico patrimonio de la humanidad. Es muy, muy fácil elogiar a esta ciudad; es majestuosa y fina hasta el tuétano. El bohemio barrio de Montmartre, casa de artistas como Renoir, Toulouse-Lautrec, van Gogh, Picasso y Dalí, y de músicos como Debussy, uno de mis compositores favoritos.
La filosofía no le ha sido en ningún caso ajena, albergando cafés donde Voltaire, Rousseau y Diderot abrieron paso a la historia en la ilustración, y Descartes antes que ellos. Más tarde el padre del existencialismo Francés Sartre, y una de las madres del feminismo, Simone de Beauvoir caminaron junto al Sena. Figuras prominentes del posmodernismo como Foucault, Derrida, Deluze y Guattari, y el psicoanalista Lacan son deudas de la humanidad con la ciudad de las luces. Lavoisier, Laplace, Marie Curie, Pasteur, Pascal, Ampere, Fourier, de Broglie, científicos y matemáticos históricos que veían la torre Eiffel por la ventana.
Rimbaud, el poeta maldito, y el brillante Montaigne, padre del ensayo pasaron su juventud en París.
El parisino sabe consciente o inconscientemente de todo esto y no desentona. Es mucho más amigable que antaño, hablá inglés casi siempre y español muchas veces, y te da instrucciones amablemente, pero sin bajar la cabeza y andar las calles, museos, metro, y centros comerciales con gallardía y estilo. Viste a la moda, y disfruta, en sofisticados restaurantes y cafeterías vanguardistas de la superior cocina francesa, del pan, del café, del queso y del vino portando elegantemente esta grandeza.
Estas son, querido lector, en general mis impresiones y reflexiones del viaje. Sé que dejé muchas cosas fuera, como cualquier tema interesante, hay muchas aristas por las que se puede abordar, por ahora te dejo, esperando pronto contarte puntualmente de mi viaje, miesntras tanto, como siempre, te leo con atención.